Algo que he aprendido con el tiempo es que la verdadera inclusión no depende solo de una organización, un patrocinador o una institución. Para que las personas con discapacidad alcancen su autonomía y puedan desarrollarse plenamente, es fundamental que todas las áreas de la sociedad trabajen en conjunto. La educación, el sector empresarial, la comunidad, los medios, los espacios recreativos y de salud, todos deben estar en comunicación y conscientes del impacto positivo que genera su colaboración.
Cuando hay coordinación y compromiso, las barreras desaparecen. No debería ser complicado acceder a rehabilitación, aprender nuevas habilidades o contar con las adaptaciones necesarias para estudiar, trabajar o simplemente vivir con independencia. Lo más importante es que no existan conflictos entre las organizaciones y entidades que buscan apoyar, sino que trabajen con un mismo propósito: facilitar el camino para que cada persona con discapacidad tenga la oportunidad de alcanzar sus metas.
En mi experiencia, cuando hay voluntad y unión, la inclusión deja de ser una meta lejana y se convierte en una realidad. Porque al final, todos nos beneficiamos de una sociedad donde cada persona, sin importar sus capacidades, pueda aportar, participar y vivir con dignidad y felicidad.
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